Todos hemos perdido algo, broder, me dijo Camilo.
Levantó la botella y la apoyó sobre su frente
al menos está fría, escuché que decía.
Por ejemplo, ya nadie se asusta de la muerte,
las cosas solo suceden, sin más. Vaciló.
Sostenía un filtro de cartón con los labios
mientras armaba su porro
y con lo que quedaba libre de su boca
murmuraba frases desde ese rincón.
Ví que sacaba una fotografía de su billetera
y me la alcanzaba. Ví una mujer morena.
Es muy guapa, le dije, devolviéndole la foto.
Guapísima, pero ella está muerta, broder.
Las palabras de Camilo sonaban como las notas
sueltas de una melodía incoherente.
Sin embargo, le dije todo lo que debía decirle.
Nunca hay que guardarse un sentimiento.
A lo lejos se escuchó murmullo que pareció inquietarlo,
me pasó la botella, le dí un buen trago.
La noche parecía irreal, como una escenografía
montada por seres imaginarios.
¿Y que fué lo que le dijiste? le pregunté.
Camilo encendió su porro y el rostro
se le iluminó por un segundo en la penumbra.
Le dije, que si me traicionaba,
la mataría. Me contestó.