Intentaste toda la tarde escribir el poema
que te sirva de espejo
un texto que no hable de incendios,
ni de la miseria, tampoco de la muerte,
que no pronuncie la palabra miedo,
ni refiera los
motivos del crimen.
Hay un Dios que no sabe perdonar.
Buscaste una anécdota que te sirva para definir
al personaje del poema.
Ese personaje que no es nadie
en particular
pero que tiene fiebre de resaca,
y teme desaparecer en
la superficie
o sobrevivir apenas como un suicida.
La desgracia no es más
que otra de las formas de la fortuna.
Se oyen las sirenas anunciando el final,
demasiado tarde para pensarlo otra vez
alguien llama a tu puerta,
y cada golpe te estremece el pulso
la birome tiembla en tu mano
el papel en blanco transformado ahora
en una elegía inconclusa
es lo único que te queda
es lo único que te queda
El arma cargada espera
sobre la mesa de luz.
Fin.
Fin.